Con
la escena del gran trono blanco y el juicio de los
pecadores perdidos, concluye la descripción profética
de la acción de Dios sobre un mundo arruinado por
el pecado. A la destrucción de Babilonia y el
sistema establecido por Satanás en oposición a
Dios, siguió la experiencia admirable de un reinado
de paz bajo el gobierno personal del Mesías. La
rebelión de las gentes, luego de la liberación de
Satanás, provocó la ira de Dios sobre el mundo y
la disolución de la creación actual, con todo el
tremendo lastre de imperfecciones y dificultades
provocado por el pecado. Los perdidos serán
definitivamente apartados para una eternidad sin
esperanza, junto con el principal instigador de todo
pecado que es Satanás. El libro toma, en los dos
capítulos finales, una visión renovada de lo que
será el futuro conforme al programa de Dios. En
contraste con la Babilonia de los hombres, destruida
para siempre, aparece la Nueva Jerusalén, salida de
la mano de Dios, que ofrece la dimensión nueva de
la nueva creación que Dios hará, en la cual, el
pecado no la afectará nunca jamás. Es el esplendor
y señorío eterno del reino de Dios. Todo es nuevo
en estos dos capítulos. Nuevos cielos, nueva
tierra, nueva ciudad y nueva relación de Dios con
los hombres. Un ángel enseña a Juan los aspectos
generales de la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén.
Sin embargo, el lenguaje del hombre es insuficiente
e incapaz para expresar la gloria de la nueva
dimensión que Dios prepara para el eterno y
glorioso futuro en su nueva creación. Juan debe
recurrir, conducido por el Espíritu, a las mayores
glorias que el lenguaje humano pueda disponer para
describir lo que será ese futuro. Los detalles de
la Ciudad Santa sólo pueden darse mediante símiles
con las piedras preciosas, las perlas y el oro. Todo
ello como sombra de lo que será la impactante
realidad futura. El esplendor de su construcción no
es mayor que el de sus condiciones morales. La
presencia de Dios, la ausencia de dolor y muerte, la
tranquila paz de los habitantes, son muestras de lo
que el Señor prepara para los suyos. La promesa del
Señor de preparar este lugar, alcanza en el relato
dimensiones sobrecogedoras.
El lenguaje figurado que utiliza Juan,
permite al lector percibir un atisbo de la grandeza
de la nueva creación de Dios.
La división natural del pasaje para su estudio es,
como en todos los anteriores, sencilla de
establecer: Primero aparece el descenso de la Nueva
Jerusalén (vv. 1-8); y luego sigue la descripción
de la Ciudad Santa (vv. 9-27). Dentro de esta larga
sección, Juan trata sobre la ciudad y su gloria (vv.
9-11); la descripción del muro de la ciudad (vv.
12-20); concluyendo con otros aspectos de la misma (vv.
21-27).