Las iglesias de los tiempos apostólicos estaban expuestas
a continuos peligros. Desde el exterior las persecuciones
y desde el interior la presencia de personas que
llamándose hermanos procuraban desviar a los creyentes de
la doctrina en que habían sido instruidos. Continuamente
los escritores del Nuevo Testamento advierten a los
cristianos de los peligros procedentes de los falsos
maestros. Normalmente estos eran orgullosos y arrogantes,
procurando impresionar a los sencillos cristianos con su
pretendida grandeza. Pablo escribe sobre la diferencia que
existe entre los verdaderos maestros y estos falsos
enseñadores, poniendo como ejemplo su propia conducta y la
de sus compañeros de ministerio. En la aplicación del
llamado de humildad a la vida cristiana, Pablo entra en
consideración de algunos que se introducían en las
iglesias con pretensiones espirituales, pero con el objeto
de desviar a los creyentes de la fe verdadera,
introduciendo complementos humanos a la vida en la gracia.
El apóstol enseñó la doctrina bíblica insistentemente,
tanto en forma personal durante la estancia en la iglesia,
como en los escritos que circulaba de su pluma. Sin
embargo, debido a la situación de peligro que podía
producirse con la actuación de los falsos maestros, el
apóstol reitera los principios que los filipenses ya
conocían. Esta insistencia podría parecer innecesaria, sin
embargo Pablo la consideraba como un instrumento que
genera seguridad en los lectores (v. 1).
Junto con la reiteración de la enseñanza, la amonestación
avisando sobre la necesidad de mantener una estrecha
vigilancia en torno a los falsos maestros, a quienes da
tres calificativos en relación con su condición, su
conducta y su credo (v. 2). Semejantes advertencias le
permiten expresar la condición espiritual de quienes han
nacido de nuevo, contrastándolo con la idea personal que
los judaizantes tenían de sí mismos (v. 3). Ante las
referencias personales de que se rodeaban los falsos
maestros, el apóstol relaciona las razones que, desde el
punto de vista humano, tenía para sentirse satisfecho y
que, a su vez, eran las bases de confianza propia para
alcanzar su justicia personal (vv. 4-6). Al final de este
párrafo, con un elocuente “pero” contrasta lo que antes
era su gloria personal y lo que representaba todo aquello
después de haber conocido a Cristo (v. 7). Ante tal
comportamiento Pablo reafirma las razones por la que
desecha totalmente sus glorias humanas (vv. 8-9).
Del mismo modo la identificación con Cristo le permite
disfrutar de Su poder y, al mismo tiempo, entrar en la
experiencia de sus padecimientos (v. 10). Frente al
orgullo perfeccionista de los enemigos de la gracia,
afirma que no se alcanza la perfección cristiana en
plenitud hasta la llegada a la presencia del Señor, en la
gloria (vv. 12-14). Con una llamada de atención hacia una
identificación en la forma de pensar de los cristianos (vv.
15-16), introduce la advertencia contra los falsos
maestros poniendo ante ellos el ejemplo de comportamiento
tanto de él como de sus colaboradores (v. 17), y dándoles
las características y advirtiendo sobre el futuro de los
que procuraban engañarles con sus enseñanzas (vv. 18-19).
Finalmente presenta ante los lectores de la carta la
condición celestial de los creyentes, la esperanza de
gloria que anima y alienta la vida cristiana, y la certeza
de la transformación futura de los cuerpos glorificados
para que lleguen a cumplir el propósito divino de la
conformación definitiva de los cristianos con Cristo (vv.
20-21).