Satanás procuró durante todo el tiempo del
ministerio de Cristo, que la Cruz no tuviera lugar.
Insistentemente lo procuró por todos los medios a su
alcance. Aunque cuando tentó al Señor correspondía al
propósito de Dios para su Hijo Jesucristo, no es menos
cierto que en aquella ocasión procuró que Jesús de Nazaret
declinara el programa de Dios para aceptar otro diferente,
en donde no estaba la Cruz que recuperaría el reino
terrenal en manos del maligno desde la caída de nuestros
primeros padres. Con insistencia procuró que el niño
muriese, que el hombre fuese apedreado y despeñado, de
modo que la Cruz no tuviese lugar. En el último pasaje la
insinuación diabólica expresada por medio de las palabras
de Pedro, procuraba persuadirlo para que la Cruz no
tuviese lugar (8:32). La decisión de Jesús de afrontar la
cruz se proclama en las varias veces que Él mismo la
anuncia a los discípulos. La sombra de la Cruz cubrirá
todas las etapas del camino que sigue desde ahora en
adelante. La determinación de Cristo de entregar su vida
para salvación, corresponde a la realización en el tiempo
de la historia humana del plan eterno establecido por Dios
antes de la creación del mundo (2 Ti. 1:9). El Señor había
sido reconocido como el Hijo de Dios por los discípulos
que habían admirado su Persona y visto sus obras de poder.
Sin embargo, la gloriosa visión de la Deidad de
Jesucristo, estaba cubierta por el velo de su humanidad.
El que iba a morir por el pecado del mundo, no era un mero
hombre, por grande que fuese, sino Dios manifestado en
carne; el Verbo eterno hecho un hombre del tiempo y del
espacio. En el monte de la transfiguración, la gloria
propia de la Deidad, se hace visible para los tres
escogidos de entre los discípulos. Sin embargo, junto con
la manifestación gloriosa de Jesucristo, el pasaje ofrece
el respaldo que el Padre, gozándose en amor por la obra
que iba a realizar su Hijo unigénito, respalda ante los
hombres proclamando la gloria del Señor. Esta
manifestación comprende la luminosidad admirable del
Señor, que incluía sus propios vestidos; la presencia de
los enviados de Dios, Elías y Moisés, para dialogar con
Él; y la proclamación ante los tres apóstoles de la
realidad de quien era Jesús: Este es mi Hijo Amado; a Él
oíd. La narración de este acontecimiento presenta matices
distintos según los distintos evangelistas, sin que haya
contradicción alguna entre los relatos, sino la
enriquecedora provisión de detalles que juntos, dan una
panorámica plena de lo que ocurrió en el monte de la
transfiguración. El hecho es tan portentoso que los
críticos liberales sostienen que no se trata de un relato
histórico, sino de una interpretación doctrinal
escenificada. Se trata de una hipótesis visionaria, para
dar certeza, con un relato mitológico, a una verdad de fe,
sobre la deidad de Jesús. Tal afirmación, no sólo es
contradictoria con la inspiración de la Escritura, sino
que la reduce a una mera experiencia como la que
visionarios han tenido a lo largo de la historia, para
justificar sus fantasías religiosas. Para los liberales,
el relato de la transfiguración es una narración
legendaria y simbólica. Incluso algunos proponen que se
trata de un relato de la resurrección trasladado al
ministerio terrenal del Señor. Ninguna de estas propuestas
pueden sostenerse a la luz de la revelación y del
testimonio posterior que los testigos presenciales, como
Pedro y Juan, hacen de ella en sus epístolas. Al tema de
la transfiguración siguen las manifestaciones poderosas
del Siervo glorioso. Su poder manifestado en la sanidad de
un endemoniado, lo pone de manifiesto. El mismo
transfigurado y poderoso Enmanuel, Dios con los hombres,
es el Maestro por excelencia que se ha presentado
constantemente en el relato de Marcos. Su enseñanza sobre
la humildad, tomando un niño como ejemplo, es de lo más
profundo e impactante. Finalmente el relato concluye con
una enseñanza sobre la condenación eterna, en la que se
detallan algunos aspectos personales de esa situación.
La división para estudio del pasaje se puede establecer
del siguiente modo: Bajo el concepto general de la gloria
del Siervo, aparece primero el relato de la
transfiguración, comenzando con el detalle (vv. 2-8) y la
pregunta sobre Elías (vv. 9-13). Sigue la descripción del
triunfo sobre Satanás, con el milagro de la curación del
muchacho endemoniado, en el que se aprecia la situación (vv.
17-24); la acción poderosa de Jesús (vv. 25-27); y la
pregunta de los discípulos sobre su incapacidad (vv.
28-29). El anuncio que Cristo hace sobre su muerte,
continua en la secuencia del relato (vv. 30-32). Luego
sigue la enseñanza sobre la humildad (vv. 33-37); sobre el
sectarismo (vv. 38-41); y sobre la condenación eterna (vv.
42-50).